martes, 8 de abril de 2008

La habitación del abuelo /8

Por Txema Saez

Parte VIII

Tengo la sensación de que, sin quererlo, estaba buscando algo que hiciera a mi abuelo especial y que contribuyera a reafirmar lo que sentía por él, pero hasta el momento, y ya llevaba más de doce diarios leídos, no había encontrado nada en ese sentido. Mi ansiedad primaria se estaba desvaneciendo, todo era de lo más normal, tanto como lo que uno mismo pueda escribir sobre sí y sobre lo que le rodea y además con la confianza de que nunca lo leerá nadie. Los primeros los leí sin dejarme ni tan siquiera una coma, pero a medida que avanzaba leía una frase y me saltaba a la siguiente hoja. Las horas, que en un principio parecía que volaban, a medida que el tedio me inundaba, discurrían lentamente. Cogí otro y más de lo mismo. Hacía un par de diarios que había comenzado a hablar de la guerra y de su condición de militar, pero nada me pareció extraño, hasta que llegué a una frase que me detuvo en seco. Volví a releerla:

"Hemos tenido que invitarle a que nos contase donde estaban escondidos, pero como parecía que le costaba le ayudamos un poco. Ya he avisado para que vayan a buscarlos a la cueva que está al otro lado del monte. A Tomás se le fue la mano y ahora tendremos que deshacernos de él. Lo malo es que es del pueblo..."

Seguí leyendo ahora con más dedicación. En las páginas siguientes no volvió a hacer referencia al caso. Pero un poco más adelante:
"...le han encontrado en el pantano. Está todo arreglado. No habrá preguntas."

A medida que avanzaba con los diarios, referencias como éstas o similares se iban sucediendo con mayor asiduidad.
"otro que se nos ha ido de las manos"," ni arrancándole las uñas ha confesado el muy cabrón, a ver si al final no sabía nada...?", "la habitación del sótano comienza a oler mal. Hay que limpiarla bien, pero la sangre de estos rojos se quita muy mal".

Los comentarios se tornaban cada vez más crueles. Era ya completamente de noche, y no me había acordado de cenar. La verdad era que no tenía mucha hambre. Lo que estaba descubriendo sobre mi abuelo me la estaba quitando. Quería encontrar algo, pero no aquello. Al parecer mi abuelo era un asesino. Comprobé las fechas. Todo empezó al finalizar la guerra. El último que había leído era del 42, y los episodios se sucedían con demasiada continuidad. Tenía los ojos cansados por la lectura. Me levanté para estirar los músculos. Miré por la ventana, que daba a un estrecho callejón empedrado. Se oían las voces de los niños jugando, y de los mayores en algún bar cercano. Abrí la ventana y seguía haciendo el mismo calor. Volví a cerrarla rápidamente. Dentro de la habitación se estaba bien. Se estaba fresco. Lavé mi cara con el agua del lavabo, no sin antes haberla dejado correr. Bebí un buen trago directamente del chorro y me dirigí decidido, asustado y a la vez ansioso a mi incipiente tarea. Las referencias al sótano o a la habitación oscura, se sucedían cada vez con mayor insistencia, y yo me preguntaba cual podría ser esa habitación. Nunca había oído hablar de ella. Medité un instante pero nada me hacía sospechar dónde podría estar. Ni siquiera las referencias en los diarios me ayudaban a dar con su localización. Cogí un nuevo diario y continué desvelando los, ahora sabía, oscuros secretos de mi abuelo.

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