domingo, 25 de mayo de 2008

La habitación del abuelo /FIN

Por Txema Saez

Ultima parte

Dí media vuelta y caminé cansinamente hasta el coche dándole vueltas a todo lo que aquella sufrida mujer me había dicho. ¿De verdad, después de lo que había leído sobre ella, se merecía volver a pasar por aquel calvario? Cuando estaba muy cerca oí una, para mí, característica melodía. Era la de mi móvil. Abrí el coche y cogí el teléfono conectado al mechero. Era de la redacción. Seguro que sería mi jefe. Fui a descolgar pero algo me lo impidió. La música seguía sonando pero no me decidí a coger. ¿Qué ganaba yo con aquello? Se paró, pero al instante volvió a comenzar. Era un cabrón, pero era mi abuelo. Le odiaba mucho más que antes, ¿pero porqué tenía que ser yo el nieto de un asesino? Él, no sé si desgraciada o afortunadamente, no iba a enterarse de nada y había vivido toda su vida como le había dado la gana. Ya no podía pagar por sus atrocidades. ¿ Y tenía que pagar yo? Historias como ésta seguro que hay muchas. Seguro que en muchos pueblos aparentemente tranquilos y contentos hay historias que se guardan en las mentes y en la memoria de sus habitantes y que el tiempo al final se lleva aunque queden grabadas para siempre en las paredes de las casas y en su tierra cobriza y seca, ¿quizá por la sangre derramada por los inocentes? Miré, de nuevo, la pantalla del móvil. Ya no escuchaba la música. Miré hacia el exterior. Vi la plaza y sus gentes. Busqué la casa de Carmen y la vi en su interior hablando con su hijo, con una sonrisa en la cara, borrando con cada nueva palabra todo el triste pasado y mirando con especial deseo al futuro. Vi sus ojos orgullosos pero suplicantes con un ligero halo de tristeza y profundos, muy profundos. Y colgué. Retiré el aparato del cargador y lo apagué. Ya me buscaría una excusa para mi jefe. Además estaba de vacaciones y la vida a mí me sonreía. No a carcajadas, pero sí con cierta alegría. Lo que había hecho mi abuelo, ya no lo podía remediar. El sufrimiento de aquellas pobres personas no se iba a disipar por sacarlo a la luz. Es posible que los familiares de algunos estuvieran contentos de que la luz pública supiera lo que había pasado con sus seres más queridos. Seguro que algunos al fin, y en cierta forma, descansarían por saber lo que había sido de ellos, pero Carmen… que lo había vivido en sus carnes…
Salí del coche. Tenía la camiseta empapada por el atosigante calor que hacía en su interior y entré en el bar. No sabía si lo hacía por Carmen, por mi madre, por la memoria de mi abuelo, (por eso no), por el resto o …por mí. Claro que por mí. La verdad era que no me apetecía quedar marcado por algo de lo que yo no había tenido ninguna culpa. ¿Era egoísta? Seguro que sí ¿Y?

FIN



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