viernes, 1 de febrero de 2008

La habitación del abuelo /4

Por Txema Saez

Parte IV

Todo estaba sumido en sombras, lo que hacía más tenebrosa aún la situación. La estrecha pero alargada ventana que estaba a lo largo de la pared de la derecha, muy cerca del alto techo, no ayudaba en mucho. Sus cristales, ahora, completamente opacos rechazaban cualquier intento de la luz por filtrarse dentro. Mis ojos consiguieron adivinar la mesa en el centro de la habitación. Aquella mesa que yo ya había visto y que nunca se había borrado de mi memoria. Pero no conseguían ajustar la imagen, estaban forzados al máximo y no iban a mejorar. Di media vuelta y salí precipitadamente al exterior. La primera bocanada del sofocante aire abrasó mis pulmones. No me había dado cuenta del frío del interior. Aún así, mi cuerpo agradeció el nuevo aire no viciado y mi mente comenzó a trabajar, de nuevo, con claridad. Salí del patio trasero hacia el coche. En el maletero debía de tener una linterna.
-Hola- grité.
Junto al coche había una mujer husmeando. Al oír mi voz se sobresaltó y me miró asustada. Era la mujer que había visto el día anterior en el cementerio. Rápidamente se dio la vuelta y a paso ligero abandonó el lugar.
-Soy Adrián, el nieto de don Antonio- volví a gritar.
La mujer hizo ademán de detenerse, pero el instante de duda se disipó en seguida, y se perdió por el camino, entre los frondosos pinos. Pensé en salir tras ella, pero no lo hice. Cogí la linterna y volví al interior de la casa. Ahora sí noté la diferencia de temperatura. Estaba más relajado. Entré con decisión en la habitación y, con ayuda del haz de luz, fui recorriendo todas sus paredes. Bajo la ventana había una especie de aparador bajo, con puertas, y sobre éste, una cantidad ingente de papeles, eso sí, bien ordenados. Colgado de la pared y ocupándola casi por completo, fotografías de diferentes tamaños. Sin un orden aparente. Unas en color, más recientes; y otras se las veía muy antiguas, en blanco y negro, sepias. El resto de las paredes estaban cubiertas por estanterías llenas de libros, salvo tras la mesa de mi abuelo, que había un armario oscuro de dos puertas y a la izquierda de éste, una puerta. Dos sillas delante de la mesa y un perchero, completaban todo el mobiliario de la temida habitación. Me acerqué con la linterna y enfoqué cada una de las fotos. En una estábamos toda la familia en uno de sus cumpleaños; en otra, el día de su boda con mi abuela. Un poco más apartada creí reconocerle de joven, con otros cuatro amigos, intuí. Continué descubriendo…; ¡Dios mío! Mi abuelo vestido de uniforme militar. Un uniforme militar lleno de medallas. No estaba solo, junto a él había otras tres personas. Al enfocarlas mejor, la linterna, casi resbala de mis manos. Aquel pequeño hombre que estaba en el centro de la foto era… Ese bigote… No podía ser otro... Me acerqué aún más para confirmarlo. No había duda. Mis sentidos bullían con un borboteo incontrolable. No eran capaz de asimilarlo. Seguí bajando y volví a ver a mi abuelo vestido de militar. Esta vez estaba solo.

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