viernes, 15 de febrero de 2008

La habitación del abuelo /7

Por Txema Saez

Parte VII

Mi cuerpo se estremeció agradecido cuando el frío y las burbujas inundaron su interior. La primera cerveza no había durado ni un segundo sobre la barra. Pedí otra para acompañar el bocadillo de jamón que me estaban preparando. No era lo que esperaba, pero el camarero me indicó muy amablemente que con la hora que era la cocina había cerrado. El cartel de la entrada con las palabras "Menú del día" había despertado mi hambrienta imaginación pero... Al menos, el bocadillo era generoso y el jamón bastante bueno. Vacié otras dos cervezas durante la ingesta y me quedé más que satisfecho. Pensé en tomarme un café con hielo pero, el café generalmente, no me solía sentar muy bien, así que deseché la idea en el mismo momento en que mi mente recordaba el reciente hallazgo. Aún no había decidido que hacer con los diarios. Deseaba leerlos y conocer un poco más a mi abuelo, pero por otra parte tenía miedo de usurpar los secretos que pudieran guardar. ¿Qué me iba a encontrar? Abandoné el bar en busca de mi coche. No lo había aparcado muy lejos. Al otro lado de la plaza. Justo en frente de donde había comido. Crucé la plaza bajo el abrasador sol, y cuando estaba a punto de acercarme hasta él, en los soportales de la iglesia barroca que presidía la plaza, vi, hablando junto a otro par de señoras, a la mujer del cementerio que había estado merodeando por la mañana. Ella no me había visto. Me coloqué distraídamente apoyado en una columna próxima, a la espera. Después de haber comido y con el calor, la modorra estaba haciendo efecto en mí. Pasaron al menos cinco minutos, que se me hicieron mucho más largos, cuando oí que se despedían y cada una tiraba en una dirección.
- Hola, perdone.
La mujer dio un paso atrás sobresaltada.
-No quería asustarla. Me llamo Adrián, soy nieto de don Antonio-. Tendí mi mano pero la mujer no reaccionó, sin embargo su gesto se tornó serio y tenso. -La vi ayer en el entierro de mi abuelo y esta mañana cerca de su casa. Solo quería agradecerle su presencia. ¿Le conocía? -continué de seguido.
-No tiene nada que agradecerme. Tan solo quería asegurarme de que era cierto lo que había oído.
La mujer de unos cincuenta años escupió con rabia y tristeza su frase y se dio media vuelta con la intención de marcharse.
-Perdone. No quiero molestarle, pero he venido aquí para conocer algo más sobre mi abuelo. Solo eso. No sé que le habrá hecho, pero espero no haber tenido nada que ver con ello.
-Tiene razón. Usted no tuvo nada que ver, y por eso es mejor que no haga preguntas.
-Igual conoce a mi madre. Se llama Ana.
Percibí que al oír el nombre de mi madre su rostro se relajó.
-Trabajé para su abuelo, y su madre siempre se portó bien conmigo. No le diré nada más.
-Le diré que la he visto, pero no sé su nombre.
Me miró con una amarga sonrisa mientras se daba la vuelta.
-Me llamo Carmen -, dijo sin mirarme.
La reacción de la mujer había facilitado mi decisión. No me resultó difícil encontrar una habitación en una pensión cercana. El pueblo era pequeño y todo giraba en torno a la plaza. Pagué por adelantado y subí con el pesado baúl. Ese era todo mi equipaje. A la casera si le sorprendió no lo demostró. Ni hizo preguntas, ni me ofreció ayuda para subirlo. Se limitó a darme la llave y decirme el número.
La habitación no estaba del todo mal. Pequeña pero limpia. Una cama, un escritorio y un baño con ducha. Todo lo que necesitaba. Coloqué el baúl sobre la cama e intenté reordenar su contenido. En seguida me di cuenta de que, salvo unos pocos de arriba que se habían desordenado por la caída, el resto lo estaban cronológicamente y de izquierda a derecha. Por lo tanto lo más reciente era lo de la tercera fila en la parte superior. Coloque las tres pilas sobre la pequeña mesa de escritorio y cogiendo un puñado me tumbé en la cama. Comencé por los más antiguos. Se notaba en el color del papel y en la claridad de la escritura. Ésta era mucho más borrosa que los que creía más nuevos.


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