domingo, 4 de mayo de 2008

La habitación del abuelo /10

Por Txema Saez

Parte X

Mis ojos se abrieron inundados por la abrumadora luz que llenaba y reverberaba en la habitación. Me sentía cansado y con un ligero dolor de cabeza. Retorné, no sin esfuerzo, del insuficiente sueño a la vigilia. Me había quedado dormido sobre la cama; vestido y de mala postura, los diarios desperdigados sobre la cama y otros tantos en el suelo, desordenados, doblados. No recordaba en qué momento había dejado de leer para abandonarme al necesario descanso. Intenté ordenarlos como pude. Ya el orden no tenía importancia. Creía no haber leído todos, pero eso tampoco tenía ya mucha importancia; había leído suficiente. Sabía mucho más de lo que en realidad hubiera querido saber nunca. Recogí todo. Entregué la llave a la misma mujer que me había atendido el día anterior. La misma cara, el mismo tono anodino.
Crucé la plaza cargado con el baúl. Los niños ya correteaban por la explanada, mientras sus madres, en grupos, de píe o sentadas en alguno de los bancos que la rodeaban, charlaban distraídamente siempre con un ojo puesto en sus retoños. Salí del pueblo y giré de nuevo por el camino que daba hasta la casa de mi abuelo. Allí estaba bronceada por el inclemente sol. Sentí un escalofrío, que rápidamente se disipó. Mi decisión era firme. Entré dentro. La puerta seguía tal como la había dejado el día anterior. Rota. Claro, ¿Quién la iba a arreglar? El cambio volvió a dejarme estático hasta que mi cuerpo cansado se acostumbró a la temperatura y sobre todo a la oscuridad. Entonces recordé que tras la puerta de uno de los armarios de la cocina se encontraba el cuadro de las luces. Lo abrí convencido, y en efecto allí estaba. Subí el interruptor general y un casi imperceptible sonido confirmó que aún no se había dado de baja. La muerte del abuelo era aún muy reciente. Busqué un poco a tientas y la luz de la cocina se encendió. Atravesé derecho el pasillo, al tiempo que iba encendiendo todas las luces, hasta que llegué a la habitación. Dubitativo presioné el interruptor. Todo lo que había intuido el día anterior se me mostraba ahora sin artificios.

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