domingo, 18 de mayo de 2008

La habitación del abuelo /12

Por Txema Saez

Parte XII

Busqué mi teléfono móvil y marqué el número de la redacción. Una, dos llamadas, y a la tercera dos pitidos me anunciaron que me había quedado sin batería. Maldije pero no me sorprendió. Estaba acostumbrado. Era una de las cosas por las que se reían mis compañeros muy a menudo. Y a pesar de todo me volvía a pasar una y otra vez. No conseguía ponerlo remedio. Así que subí al coche, puse a cargar el móvil y regresé al pueblo. El recorrido comenzaba a hacérseme conocido. Llegué hasta la plaza y aparqué muy cerca de donde lo había hecho la noche anterior. Me acerqué hasta la cabina de teléfono que recordaba haber visto; introduje las pocas monedas que tenía sueltas y volví a marcar el número de la redacción. Esta vez de memoria. Era uno de los pocos que se habían quedado grabados en mi cabeza.
- ¿diga?
- ¿Aitor? Soy Adrián. Pásame con el jefe.
- ¿Adrián? ¿Pero tú no estabas de vacaciones?
- Sí, sí, pero… es importante. Tengo una buena historia.
- Veré si ha llegado. Antes me ha parecido verle salir.
- Vale, pero rápido que te llamo de una cabina y no tengo más monedas.

No pasaron ni diez segundos, pero la máquina continuaba con su ininterrumpido y vertiginoso descenso.
- ¡Adrián! -, volvió a sonar la voz en el teléfono – lo siento, creo que aún no ha…
La comunicación se cortó. Los últimos cincuenta céntimos habían desaparecido a una velocidad endiablada. Colgué el auricular y saqué mi cartera para ir a cambiar al bar más cercano. Además una cervecita con el calor que hacía no me vendría nada mal. Luego volvería a intentarlo. Cuando me dirigía decidido al bar que se encontraba justo en frente de la cabina, mi mente caprichosa trajo a mi cabeza la imagen de Carmen. Había algo que antes de nada debía solucionar. Tenía dudas, aunque muy pocas, de que aquella mujer que había conocido el día anterior fuera la misma que mi abuelo citaba en sus diarios. Volví sobre mis pasos, y en uno de los bancos de la plaza pregunté por ella. En cuanto cité el nombre de mi abuelo la anciana me miró inquisitiva y me señaló una puerta verde que se encontraba en la calle próxima a la plaza pero que desde allí se divisaba.
Era una casa blanca, con las puertas y las ventanas en verde. Bastante bien cuidada. Una casa de dos plantas, como casi todas las del pueblo, a excepción de alguna construcción más moderna y algún bloque de pisos que se encontraba más a las afueras, supongo que para no entorpecer la estampa. Llamé al timbre y al instante se abrió la puerta. Un chico de unos veinticinco años apareció ante mí. ¿Podría ser?
- ¿Sí? – preguntó receloso.
- Hola, podría hablar con Carmen. Me han dicho en la plaza que vive aquí.
- ¿Y quién pregunta por ella?
- Dígale que el nieto de don Antonio pregunta por ella.
Antes de que el chico de dirigiera hacia dentro la voz de Carmen sonó cercana:
- ¿Quién es? – preguntó al tiempo que su imagen se hacía visible.
- Hola, ¿podría hablar un momento con usted? –me adelanté antes de que pudiera decir algo.
Me miró, y noté en su mirada la duda. No dijo nada pero con un sutil movimiento de cabeza y una tenue sonrisa le indicó al muchacho que fuera para dentro. Esperó, mirando hacia el interior, hasta que desapareció:
- ¿Qué quiere ahora? ¿No le dije ayer que olvidara todo este asunto? ¿Por qué no me deja tranquila? – su voz perdía fuerza con cada frase. Parecía agotada.
- Lo siento. De verdad que lo siento, pero soy periodista y no puedo evitarlo. Sólo quería que supiera que he leído casi todos los diarios de mi abuelo y esta mañana he vuelto a la casa. He encontrado la habitación del sótano y que sé lo que le hizo mi abuelo. De verdad que lo siento – dije de un tirón para no darle tiempo a contestar y para comprobar su reacción ante mi última afirmación.
-Simplemente quería que supiera –continué a vista de que ella no decía nada-, que voy a hacer pública toda esta historia. Quiero que se sepa la verdad y se dé un reconocimiento justo a todas las victimas que sufrieron las torturas de mi abuelo.
- Claro, como no –dijo tristemente-, usted lo hace por las victimas… Qué bondadoso es usted. ¿No cree que las victimas a lo mejor no queremos reconocimientos? ¿No cree que a lo mejor solamente queremos olvidar y usted nos lo va a hacer revivir otra vez? Como muy bien ha dicho, usted es periodista y tiene que publicar este terrible hallazgo bajo cualquier precio. Si o sí ¿Por qué cree usted que en el pueblo nunca nadie ha denunciado nada? ¿Qué cree usted, que en el pueblo son todos ciegos, o quizás cree que son todos tontos? Aquí todos sabemos lo que pasó, y algunos en primera persona como muy bien sabe.
- ¿Mama? –llamó el muchacho desde dentro.
- ¡Ahora voy! –gritó hacia el interior y me miró - Sí, es mi hijo. Pero no el hijo que está pensando. De aquel nunca supe nada.
Mi cara debió ser bastante significativa para que ella me contestara con tanta crudeza y a la vez con tanta dignidad. Y una incontrolable vergüenza cubrió mi cara y no supe qué decir.
- Lo que yo le diga, en realidad, le trae sin cuidado. Mi hijo no sabe nada de todo esto. ¿Y dice que lo hace por nosotros? Pues gracias, pero no. No quiero vivir dos veces el mismo sufrimiento – una solitaria y traidora lágrima resbaló por su mejilla, pero fue borrada con un rápido movimiento de mano.
- No tendrá porqué salir a dar la cara, si no quiere. Le prometo que en todo lo publique su nombre no saldrá reflejado por ningún lado- conseguí decir un tanto abrumado.
- ¿Y usted? –continuó ella sin prestarme mucha atención -¿qué gana con todo esto además de reconocimiento en su trabajo? ¿No era su abuelo? No era bueno, de verdad que no lo era…- dudó al continuar-, pero usted lleva su misma sangre y a la familia hay que respetarla.
¿Después de lo que le había hecho mi abuelo todavía le estaba defendiendo?
- ¡Mama! –volvió a llamar el hijo desde el interior ahora con más insistencia.
- Lo siento no puedo atenderle más –no sonó a disculpa-. Haga usted lo que quiera, o lo que crea que debe hacer. Al final es lo que hará, pero me gustaría no volver a verle nunca más. Adiós-. Y cerró la puerta sin esperar mi contestación.

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