IBAI (Fragmento)
La débil y triste luz del incipiente amanecer que se colaba a través de la persiana, a penas dejaba adivinar dos cuerpos enlazados bajo las sábanas como uno solo.
La incesante lluvia caída durante la noche, ahora más persistente y furiosa, se unía, sin ser invitada, a la pasión y el gozo poniendo banda sonora al rítmico e imprevisible concierto del amor y el placer compartido.
–¿No ha estado mal, no? –preguntó él sudoroso y con la respiración aun entrecortada.
–Bueno, del montón –bromeó ella al tiempo que sus pulmones se debatían por llenar sus cavidades y el corazón intentaba hacerse un hueco en su pecho.
Hizo una mueca de falso desdén y se volvió mostrándole su espalda desnuda y brillante por la transpiración.
–¿Cómo que del montón? –se defendió él incorporándose sobre su codo y mirándola desafiante.
Ella giró simplemente la cabeza y le mostró una pícara y victoriosa sonrisa orgullosa de haber conseguido su propósito y sin mucho esfuerzo.
–Que no tonto, que ha sido maravilloso. Como siempre. ¡Si estás hecho un toro! –rectificó satisfecha, abrazándole y dándole un cariñoso beso al que le siguieron otros más sensuales y provocativos–. ¿Qué te parece si... ? –insinuó mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
–¡Estás loca! –se apartó él realmente asustado–. ¿Me quieres matar? –forzó una sonrisa dudoso de si su proposición era en broma o por el contrario hablaba totalmente en serio–. Bueno, la verdad que yo por ti, que si por mí fuera... –se bravuconó al ver que ella no podía evitar que la comisura de sus labios le delataran.
–Te has quedado blanco –recriminó dejando que la risa fluyera sincera y cálida desde su interior.
–¡Qué gracia! –contestó con ademanes–. Yo por los niños que hay que levantarlos que si no..., te ibas a enterar tú.
–Bla, bla, bla –se burló–, pero si está más muerta que... –le provocó pellizcándole suavemente en su flácido miembro.
Se tiró de la cama completamente desnuda y se volvió para ver la cara que se le ponía a su marido. Cogió un albornoz blanco que tenía colgado tras la puerta del baño que se encontraba dentro de su habitación y atusándose el corto cabello negro entro en éste.
–Voy a ducharme, ¿vienes? –dijo sugerente justo cuando iba a cerrar la puerta al ver que su marido instintivamente se tiraba de la cama para acompañarla.
Los minutos de descanso le habían venido bien, y ver el bonito trasero de su mujercita, mucho mejor, por lo que ella a sabiendas de lo que podía pasar cerró con pestillo–. Lo siento. Otra vez será –habló desde dentro confundiéndose su voz con el sonido del agua cayendo sobre el plato de la ducha.
miércoles, 28 de noviembre de 2007
Fugaz, Etereo... /4
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