Durante el s. XV era frecuente enterrar vivos a personas que aparentemente estaban muertos. De ello se daban cuenta al abrir los ataudes para retirar los huesos a los osarios y comprobar que los ataudes se encontraban arañados por dentro.
En esta época surgió la idea de, al cerrar el ataúd, agarrar a la muñeca del difunto un hilo pasarlo por un agujero del ataúd y atarlo a una campanilla sobre la tierra.
Si el individuo estaba vivo solo tenia que tirar del hilo y sonaría la campanilla y seria desenterrado ya que una persona estaba al lado del ataúd durante unos días. De esta acción surge la expresión Salvados por la campana que usamos hoy día.
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